domingo, 22 de marzo de 2009

Feliz cumpleaños Stefany

Sin temor a equivocarme, este es uno de los mejores regalos que hoy recibirás al celebrar tu cumpleaños número 19. Considero que lo más preciado que las personas guardamos son los recuerdos, y es por ello que mi regalo consiste en algunos de ellos.

Tenía 13 años de edad cuando tú naciste y estaba tan contenta porque te veía como una muñeca con vida; en realidad una muñecota porque fuiste una beba muy grande y muy gordita. Era muy divertido porque yo podía cargarte y darte tu biberón pero no tenía la obligación de cambiarte los pañales.

Yo fui la culpable de que fueras una bebé destructora, pues solías aburrirte rápido en tu corralito y yo te daba unos libros de colecciones de revista, para que disfrutaras arrancándoles las hojas.

Para hacerte dormir, yo me tendía en la cama (boca arriba) y a ti te ponía encima de mi pecho (boca abajo) y te arrullaba de ese modo. No sé si lo sabrás, pero cuando tenías unos meses de nacida, ambas nos quedamos dormidas y me desperté en el instante en que te estabas dando una vuelta y con las justas pude evitar que te cayeras de la cama, jalándote del brazo. Eso te provocó una distensión muscular y mi mamá tuvo que llevarte a la clínica.

Yo estaba muy asustada y pensaba que te había dislocado el brazo al jalártelo de ese modo para evitar que te caigas al suelo, pero felizmente todo se pudo solucionar con unas cremas que te frotaron para el dolor y unos vendajes.

Tenías como un año de edad cuando un día se me ocurrió una locura en plenas vacaciones escolares. Te cargué en mi espalda colocándote en una manta andina, tal como lo hacen las mujeres de la sierra para llevar a sus niños a cuestas. (Esa manta, Yazmín la transformó hace algunos años en fundas para las sillas de mi comedor).

Agarré la bicicleta y me puse a pedalear rumbo a Chosica (desde aquella casita en Chaclacayo de la que seguro no tienes muchos recuerdos) por la Carretera Central contigo a cuestas, una empresa un tanto complicada tomando en cuenta que eras una niña grande y pesada, y que el camino es de subida. Eso sin contar los peligros a los que te expuse, ya que por esa carretera circulan grandes vehículos de carga pesada y de transporte interprovincial. Pero a mis 14 años eso no era relevante, lo que importaba era la aventura del momento.

Con gran esfuerzo de mi parte, llegamos sin problemas al parque central de Chosica y yo sentía que era momento de dar la vuelta de regreso. Ahora venía lo bueno porque el camino era de bajada y podríamos ir a toda velocidad. Estaba en pleno recorrido loco cuando una de las llantas de la bicicleta reventó. Faltaba más de la mitad del camino, nos quedamos sin transporte cerca de El Bosque y no tenía ni un centavo en el bolsillo. Pensar en terminar el recorrido a pie era mi última opción pues tenía cargada en la espalda a una pequeña niña que ya empezaba a aburrirse de la aventura y, además, varios kilómetros nos separaban de nuestro destino.

No me quedó más remedio que esperar al pie de la carretera, a que alguien se apiade de llevarnos gratuitamente. Felizmente no pasó mucho tiempo desde que empecé a ‘tirar dedo’ cuando un señor paró y nos llevó en su camioneta. No puedo recordar el rostro y mucho menos el nombre de aquel señor que nos dejó cerca de nuestra casa, pero nunca olvidaré el gran gesto que tuvo conmigo, con mi hermanita y hasta con la bicicleta que él mismo cargó para colocarla en su vehículo.

De seguro no podrás recordar esa anécdota y seguramente tampoco puedes acordarte cómo empezaste a caminar por ti misma sin ayuda. Yo también hice mis contribuciones, pues solía dejarte sentada en el jardín y te decía: “Chao, Stefany… me voy y te quedas solita”. Y por tratar de seguirme, hacías el esfuerzo de levantarte y dabas algunos pasos antes de caerte nuevamente, pero como estabas en el jardín no te golpeabas realmente. Esa misma técnica la aplicaría años después con mi propio hijo.

Seguro te deben haber contado que demoraste mucho en hablar. Es que todos entendíamos tus maneras de comunicarte y entonces no hacías mucho esfuerzo por usar el idioma. Incluso, mi mamá se asustó creyendo que algo estaba mal contigo porque tenías cerca de tres años y apenas pronunciabas palabras. Pero solamente bastó que entraras al nido para que esos temores desaparecieran. Te veías tan graciosa con tu mandil y tus ‘canutos’ que mi abuelita Sara te hacía.

No se lo cuentes a Ángela, pero en el fondo me sentía contenta de que tú la hayas destronado. Hoy en día, que estás tan grandota y que ya no puedo cargarte más, espero que cumplas la promesa que me hiciste un día antes de cumplir tus 19 años. Te estaré vigilando…

Y esta entrada no podía terminar sin las fotos del recuerdo: en la primera, estás en mis brazos recién nacida y Angela a mi costado; en la segunda, en tu corralito; en la tercera, conmigo en San Juan de Dios; y en las últimas cuatro, con Sergio.